martes, 29 de abril de 2008

El idioma español crece en Internet

El idioma español crece en Internet

Por Mariano de Vedia
De la Redacción de LA NACION

A partir de un trámite en la Cancillería, miles de usuarios de Internet podrán registrar en la Argentina sitios que lleven en el dominio la letra ñ, acentos o diéresis, características propias del idioma español que no se utilizan en inglés. Así, la lengua de Cervantes, hablada por 400 millones de personas en el mundo, fortalece su presencia e influencia en la Red.


Unos 119.000 dominios –el 7% de los 1,7 millones que existen en el país– estarán en condiciones de cambiar su registro a partir de septiembre, después de la resolución firmada por el canciller Jorge Taiana, que favorece la inclusión de los caracteres multilingües del español y del portugués. La medida comprende, además, el cambio del subdominio .gov.ar, reservado para las entidades del gobierno a nivel nacional, provincial y municipal, que pasará a escribirse .gob.ar , como corresponde a la referencia de gobierno y no de la palabra goverment , del idioma inglés.


Todo apunta a "fortalecer el uso de nuestro idioma y defender nuestra identidad", informó el Ministerio de Relaciones Exteriores al difundir la novedad. Entre los fundamentos de la resolución, se indica que se quiere evitar "que los jóvenes, activos usuarios de Internet, se alejen del buen uso del idioma".


En la Argentina, hay más de 16 millones de usuarios de Internet, la mitad de los cuales (8 millones) son menores de 24 años. Además, la Cancillería estima que unos 9 millones de personas realizaron alguna vez compras por la Red.


La incorporación de los signos característicos de la lengua española en las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones es un reclamo permanente de las instituciones culturales y defensoras del idioma.


También el recordado periodista Germán Sopeña, secretario general de Redacción de LA NACION y de cuya muerte se cumplirán siete años el lunes próximo, abogó insistentemente a lo largo de su trayectoria por la "modesta batalla" en favor del uso de la letra eñe en Internet, que fue tomada después por otros medios (ver aparte).


"En la Argentina, hay más de 1,7 millones de dominios de Internet y cada año se crean unos 150.000", dijo a LA NACION Gustavo Soliño, coordinador del programa NIC Argentina (Network Information Center), el organismo de la Cancillería que administra los nombres de dominio en nuestro país. La cantidad sorprende, si se lo compara con los dominios registrados en Brasil (1.100.000) y México (250.000), países que superan con creces la población argentina.


Los cambios, que incluyen la posibilidad de incluir en el nombre del dominio el uso de la cedilla, propia del idioma portugués, entre otros, apunta a consolidar el acercamiento cultural en el Mercosur.


Los pasos para registrar los cambios aprobados por Taiana en la resolución 616/08 serán progresivos. Primero, la Cancillería se tomará 120 días para desarrollar y testear el nuevo sistema de registros. Luego, habrá un período de 30 días para promocionar la incorporación de los caracteres multilingües.

Vencido ese plazo, a comienzos de septiembre, se abrirá un registro para aceptar solicitudes de cambios para los dominios ya existentes. "Los que ya están registrados tendrán prioridad", explicó Soliño. Y lo justificó, argumentando que "seguramente muchos en su momento habrán querido inscribir su dominio con algún acento o con la eñe y no se lo permitieron" .


Se puede dar el caso de que dos usuarios pugnen por el mismo dominio. Poniendo su apellido como ejemplo, Soliño explicó: "A lo mejor, uno tiene el dominio solinho y otros solinyo o soligno , entre distintas variantes, y todos ahora querrán soliño . Tendrá prioridad el que tenga la solicitud de dominio original más antigua".


Para eso, explicó, habrá que esperar que se complete el período de 100 días en que estará abierto el registro. En España, según dijo, las coincidencias se resolvían por sorteo. "Es más justo mantener el criterio del registro más antiguo. De todos modos, los casos que fueron a sorteo en España fueron muy pocos: fueron 26", explicó el funcionario de la Cancillería.


Luego de ese período de 100 días, a mediados de diciembre, el registro de dominios se abrirá a todo el mundo, sin restricciones. "Si un dominio que ya existe no cambió el acento, perderá la prioridad y cualquiera lo podrá registrar", precisó Soliño.



Qué pasa con los mails


¿Todos estos cambios se extenderán a los mails ? El funcionario, en ese aspecto fue cauto. "Eso dependerá de los propios servidores y del avance de la tecnología. Cuanta más demanda haya por incorporar los signos propios del español y del portugués, más rápidamente el mercado ofrecerá la posibilidad de incluirlos", respondió.


Actualmente, de 1,7 millones de dominios registrados en el país, 1.572.895 tienen el subdominio .com.ar , establecidos para personas físicas o jurídicas. Hay registrados. además, 163.393 .org.ar (entidades sin fines de lucro), 7976 .net.ar (empresas proveedoras de servicios de Internet), 2964 .gov.ar (organismos de gobierno), 52 .mil.ar (fuerzas armadas) y apenas 30 .int.ar (representaciones extranjeras u organismos internacionales.


La Cancillería habilitó, a partir del próximo 31 de mayo, el subdominio .tur.ar , reservado a las empresas de viajes y turismo habilitadas por la Secretaría de Turismo de la Nación.

A diferencia de otros países, el registro del dominio en la Argentina es gratis. Soliño estimó que en Brasil cuesta unos 15 dólares, y en España, entre 10 y 15 euros. Por ese motivo, la expectativa es que se sumen al cambio entre el 4 y el 7% de los dominios existentes, cuando el porcentaje en todo el mundo ronda el 2 por ciento.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/informaciongeneral/nota.asp?nota_id=1007303&origen=premium

miércoles, 23 de abril de 2008

Bibliotecólogo Colombiano obtiene importante distinción


UNA HUEVONADA LLAMADA BIBLIOTECOLOGÍA

(Versión total del discurso con motivo de la aceptación del Premio

Luis Florén Lozano)

Por: Luis Bernardo Yepes Osorio

A mis alumnos de la EIB, hoy hombres y mujeres de bien.

A mis promotores de lectura de COMFENALCO Antioquia, luchadores colosales.

Cuando tomé la decisión de hacerme bibliotecario di inicio a mi propia revolución.

Soy disidente de la mediocridad, la injusticia y la pobreza. Me hice bibliotecario para derrotarlas, si no lo consigo es a causa de un parpadeo en mis convicciones y no de la fragilidad de mi oficio.

Frase utilizada en un texto escrito por mí en 2002, hoy cobra vigencia.

Una colega nuestra, después de varios años de labores en una biblioteca escolar de un colegio católico, recibió su carta de despido un 23 de abril, desde entonces no quiere saber nada del día del bibliotecólogo y menos de la bibliotecologí a. Hoy, yo por el contrario, gracias a ustedes, amigos de ASEIBI, lo quiero saber todo, lo quiero decir todo.

Han sido ustedes muy generosos conmigo y no es un secreto que están reconociendo el trabajo de un capitulo socio humanístico de la bibliotecologí a: la promoción de la lectura. No es un secreto que estimulan hoy con su osadía el trabajo de un bibliotecario poco convencional. ¡Muchas gracias! Ustedes, miembros del jurado, han contribuido a que un bibliotecario recargue su coraje para continuar en la búsqueda de nuevas y enaltecedoras transformaciones sociales, gracias por ello, y por persistir agremiados.

En la década de los ochenta yo era un vendedor de huevos cuando mi madre me hizo llegar un formulario de la Universidad de Antioquia para que me inscribiera en una de las tantas carreras que ofrece la universidad. Tenía como compañero a Fercho, no el brillante promotor que hoy deambula por la ciudad, sino otro, un amigo de juergas del Barrio Veinte de Julio de la ciudad de Medellín. En el colegio nocturno era mi condiscípula Amparo, una mujer profeta que aseguraba que la bibliotecologí a era una carrera interesante pero en la que no se conseguía dinero, algo que resultó cierto.

En mi libro No soy un gángster, soy un promotor de lectura, relato el siguiente acontecimiento que conmocionó a mi familia y a un barrio entero, un barrio donde se era obrero, matón o se aspiraba a ingeniero:

Cuando tomé de nuevo el formulario, olvidé el asunto del dinero y marqué
Bibliotecologí a. Sentí una extraña alegría y por la noche, debajo de las
cobijas y en voz extremadamente baja, recuerdo que repetía: "Bibliotecólogo, bibliotecólogo, bibliotecólogo, les presentamos al bibliotecólogo Luis Bernardo Yepes de la Universidad de Antioquia". Me sonó tan bien y sentí una abrumadora felicidad, tanta, que todavía la recuerdo como si fuera ayer.

Pasé a la Universidad y las felicitaciones no se hicieron esperar.
Llamaron familiares de todas partes, los vecinos fueron a congratularme y mi madre se veía en calzas prietas para explicar en que consistía la tal
carrera esa. Un padrino, que estudiaba biología, le dio una inducción y
así ella pudo informar algo de la carrera. Muchos decían que muy bueno,
que ya estaba dentro de la universidad y que eso era lo importante, que
más adelante me podía cambiar para otra carrera que fuera más conocida y en la que me fuera mejor en la vida, pues algunas señoras del barrio
pensaban que me iba a ir mal en la vida por estudiar bibliotecologí a. De
todas maneras, fueron más las voces de apoyo que las pesimistas y la mayoría esperó en silencio el inicio de mi aventura.

Más adelante otras escaramuzas de esas aparecieron. Recuerdo dos en
particular que se pegaron como babosas a mi mente.

La primera fue la pregunta desnuda de Fercho, el compañero de trabajo:

–¿Qué es esa huevonada?

¿Qué más podía preguntar un huevero?, me pregunto hoy.

De suerte que la pregunta la hizo delante del Papá, porque de lo contrario
no hubiera sabido que responderle, recuerden que también yo era huevero.

Muchas gracias pues a ustedes profesores de la Escuela Interamericana de Bibliotecologí a, por acabar con mi carrera de huevero, pues como es natural soy un profesional con historia y sería mezquino negar sus aportes. Hoy recuerdo con especial cariño a los profesores Rodrigo Vega, hombre que nos infundó mucho sentido crítico, a Marta Alicia Pérez, eterna batalladora de la revista Interamericana de Bibliotecologí a y gran amiga mía; al profesor Luis Eduardo Villegas, quien nos enseñó la solidaridad comunitaria y es el maestro vigente por excelencia, y a los demás profesores que con sus aciertos y desaciertos aportaron para yo estar aquí, de pie, frente a ustedes.

Hoy recuerdo a mi padre, muerto el último marzo, y quien, junto a un grupo de combatidos compañeros, me amparó en su carpintería del barrio Chapinero de Bogotá, aquellos días que decidimos hacer el Primer Encuentro Nacional de Estudiantes de Bibliotecologí a. Era un ebanista que cambiaba libros por óvalos para espejos y a quien le fascinaba el heroísmo banal y sublime de los seres humanos. Cuando yo era niño, hacía proezas tales como llevarme a ver pasar por la Avenida Jiménez al Papa Pablo VI; a una universidad para que conociera a un escritor. Me acercaba al aeropuerto Internacional El Dorado para que viera la primera reina bogotana, o nos metíamos al Estadio Nemesio Camacho El Campín y allí vibrábamos con Ramón Raúl Navarro, un mítico arquero que era capaz de levantar vuelo de un palo a otro de una portería con tal de detener un balón que iba como bala hacia la red.

Mi padre, además del gusto por los libros, me enseñó también a amar la música clásica. Un día hasta me regaló unos discos con una separata que enseñaba programas. Se podían combinar unas composiciones con otras y resultaba un programa de lo más fascinante. Por ejemplo, si se quería escuchar música del amor, se ponía el disco 2 por el lado 1 (Tchaikowsky: Francesca Da Rimini) y el disco 10 lado 2 (Ravel: Dáfne y Cloe). Pero si lo que se quería era La Belleza del sonido, pues se podía escuchar el Buque Fantasma y Música de Venusberg, de Wagner, Nocturnos de Debussy y Psiquis y Eros de Franck. Ese era mi padre, así lo quiero recordar.

Hoy dedico este reconocimiento a mi madre, una mujer que frente a la radio me enseñó a soñar. En esa fría Bogotá de finales de los años sesenta y principio de la década del setenta, arrobados escuchábamos en la radio a Kaliman: el hombre increíble y a Arandú: el príncipe de la selva. Luego leíamos revistas de Corín Tellado y de vez en cuando íbamos al cine Copelia, en el Barrio Estrada, a ver a Sandro de América y un montón de artistas y películas que nos llenaban el alma y nos alejaban el hambre. Ese bario fue realmente mi primer texto, todo se lo preguntaba, todo lo quería leer y mi madre se fascinaba viendo cómo poco a poco era lector de carteles, paredes, avisos y autobuses.

De ella, una aguerrida mujer que terminó educando a sus hijos con la ayuda de sus hermanos y una tienda de barrio rudo, he aprendido las artes de la soledad y la valentía para defenderme de los odios y las amarguras. He aprendido a aceptar la adulación con altiva vanidad. Ella, más que mi padre, que me soñaba un pequeño burgués, me enseñó el amor por los desfavorecidos y el liderazgo para no ser apabullado. Fueron ella y la solidaridad de mis tíos: Gonzalo, Jorge y, especialmente la de mi tía Ángela y su infinita generosidad, quienes forjaron al ser humano que está ante ustedes.

A mis hermanos, hoy presentes, gratitud por su compañía, por su cariño y por traer al mundo los sobrinos que hoy me llenan de alegría y enseñanzas. Son ellos quienes actualizan mis desgastados esquemas mentales y mis paquidérmicos comportamientos sociales.

Soy, además, lo que han dejado en mí los compañeros que marcaron profundamente mi estilo de ver la bibliotecologí a y la poesía. Mucho de lo que soy lo encontré un día en el piso tres del bloque doce de la U. de A. El primer día de matricula allí estaba Adriana Betancur, con quien aprendí a soñar y encontré el camino de la bibliotecologí a que queríamos, la social, la comunitaria, la que nos embadurnaba de chicle los jeans, nos dejaba oliendo a mango biche y nos lanzaba a la hierba Entre Marx y una mujer desnuda de Jorge Enrique Adoum. De ella, además, he aprendido el amor, el festejo y el ritual familiar.

Allí también estaba William Álvarez, de quien he aprendido a mirar con agudeza la bibliotecologí a, el método para llegar a una población abandonada por Dios y el Estado y sobre todo la poesía, esa posibilidad de redención que nos hace los días más livianos.

Meses después encontraría en ese mismo lugar, a un hombre aguerrido, con una mochila de cabuya wayú, que solía acercarse como lince olfateando cachorros con olor a causa. Con el emprendimos la lucha desde un movimiento estudiantil para conseguir una mejor bibliotecologí a. Por él, muchos vimos la bibliotecologí a como una disciplina de estudio y no un anfiteatro para extraviados. Con él y Adriana Betancur, le creamos bases conceptuales a la promoción de la lectura. A él seguí por todas partes, y a pesar de las distancias que la vida se empecinó en fundar, mi memoria no olvida su nombre: Didier Álvarez, tampoco olvida los pasos iniciales dados para ser buenos profesionales y mejores hombres.

Al lado de ellos muchos más soñamos: los Luises, las Doras, las Beatrices, los Oswaldos, las Martas, los Juanes y Rafaeles, las Mónicas, las Claudias, los Jaimes y los demás. A olvidados y recordados mi gratitud perenne.

Los jefes son muy importantes en el ejercicio profesional del bibliotecólogo. No sé si en otras disciplinas con más estatus e historia jueguen un papel tan crucial. A mis alumnos y allegados siempre les recomiendo que trabajen con buenos jefes. Un mal jefe se hunde y arrastra a sus colaboradores a las profundidades de la mediocridad y la derrota. Cuando alguien me dice que tiene un mal jefe le aconsejo que tome su libro y su portátil y salga en bombas de fuego de allí. Y si pasa por un lugar en el cual el jefe tiene un prontuario comprobado de diablo, pues le digo que ni se aproxime, pues de seguro ese lugar es un hervidero de odios y de guerras.

Soy profesionalmente un remedo, nada autentico, soy un pedazo de cada jefe, de cada compañero. Tengo una historia laboral que empieza en la BPP y termina en Comfenalco Antioquia, por ello, hoy un recuerdo especial a mí adorada Tren de papel Carlos Castro Saavedra de la BPP. A la Biblioteca del Centro Educativo La Floresta, laboratorio de gestión. A la Fundación Ratón de Biblioteca, mi verdadera escuela para la formación de maestros. A la Biblioteca Pública de Comfenalco Guayabal, hoy en Belén. A la Escuela Interamericana de Bibliotecologí a, donde tuve como jefe a una de las bibliotecólogas más aguerridas, soñadoras y prácticas que he conocido: Beatriz Céspedes y a quien se le adeuda este reconocimiento, con el perdón de ustedes. Y en especial a Comfenalco Antioquia, donde encontré el firmamento para desplegar las alas que venía cultivando de tiempo atrás. En esta organización, el doctor Ricardo Sierra alimentó un estilo de gestión elemental: quien sirve despliega sus alas con todo su potencial y se le facilita el firmamento, quien no, cae por su propio peso, no hay más alternativas. Gloria María Rodríguez, la bibliotecóloga universal de Colombia, hizo dúo con ese proceder y con una inteligencia de asombro y una generosidad sin límites, nos proyectó a un firmamento mundial. Ella es dueña de lecturas inmensas, de cariño a granel y de un estilo basado en la libertad para soñar y obrar que Adriana Betancur ha continuado porque lo lleva en la sangre. De esa escuela soy discípulo y trato de ser consecuente con ella. Además, en Comfenalco tengo compañeros que son ya mi familia y les doy las gracias por darme cabida en sus labores y corazones. Mi último descubrimiento ha sido Luis Carlos Raigoza, quien me dejó ver su alma y sus lucidas miradas del mundo, recordándome un principio espiritual básico: el mundo es interior. A ellos les celebro el mantenerse unidos ante la ignominia y la desidia de los poderosos.

Somos bibliotecarios nacidos y forjados en la guerra, no exiliados geográficamente como José Ignacio Mantecón, Juan Vicéns de la Llave y Luis Floren Lozano, pero si exiliados políticamente. Hemos mirado peligrosamente lo que pasa sin untarnos, y este es mi primer reclamo: el bibliotecario no puede permitir que la guerra y sus príncipes sigan cambiando las normas e ignorando lo conquistado por los ciudadanos de un país, pues seremos tan peligrosos como las normas cambiantes de una sociedad. Al decir del escritor siciliano Salvatore Quasimodo, “en su ciclo eterno, el hombre debe restituir aquello que el político le ha arrebatado”, y yo veo en la bibliotecologí a una poderosa disciplina para lograr dicho cometido, no sólo para que ayudemos a que los ciudadanos recuperen lo que se les ha arrebatado, sino además para ayudarlos en su orden interno, en la medida que ayudamos a ordenar el mundo. Es menester hacerlo para recobrar la dignidad de las mujeres y los hombres de América latina.

Lo anterior tiene que ver con la formación. No basta con inventar un curso de bonito nombre y proponer unos temas esenciales. La bibliotecologí a es génesis y presente trans e interdisciplinario. Creo que soy un poco mejor bibliotecario porque compartí con pichones de profesionales de otras disciplinas, porque nos enfrentábamos en unas discusiones bizantinas y no, porque hice amigos bibliotecarios y no. Tuve la ocasión de tratar con quienes priorizan el hemisferio izquierdo, con los lógicos, con los verticales, también con quienes utilizan el hemisferio derecho, con los intuitivos, los horizontales. Por ello, cualquiera que sea el método, cualquiera que sean los temas que los estudiosos de la disciplina propongan con base en la historia que se tiene y la dirección que tome el mundo, si ese aprendizaje sólo es para que los pichones de la bibliotecologí a discutan entre ellos, la torre de babel se hará imposible para los bibliotecarios.

Quizá lo que si se espera, es que esas discusiones, que eleven a los estudiantes a la torre de Babel, sean conducidas por grandes maestros, por quienes tienen toda la experiencia, por quienes han vivido lo suficiente e investigado lo fundamental. Por quienes se supone entregan verdaderas vivencias y supremas experiencias a sus pichones, pues sólo lo exiguo se puede esperar de bibliotecarios formados en exclusiva por otros pichones. Pichones probablemente con un poco más de vuelo pero un breve recorrido de vida como el de ellos, sus discípulos. Los profesores han de dictar clase, y han de investigar, y han de mirar la sociedad, y han de volver a dictar clase, y han de investigar de nuevo y han de regresar a la sociedad, así, en un ciclo eterno en el que encuentren la sabiduría. Esa sería una practica pedagógica ecuánime a favor del estudiante universitario. Fatal un profesor eterno, fatal un investigador universitario eterno, fatal que la universidad ignore su esencia: el alumno.

En síntesis, debe darse el nacimiento de una bibliotecologí a liderada por bibliotecólogos con más conciencia individual y colectiva; con más inteligencia que razón; con más agregación que individualismo; con más sabiduría que conocimiento; con más disciplina que caos, y es la formación universitaria la responsable de dicho alumbramiento.

La bibliotecologí a para conseguir las transformaciones sociales, científicas y académicas que se proponga, debe ser además generosa, como la biblioteca, conservar si, pero entregar también. Por tanto, los bibliotecarios debemos estar vacunados contra todo tipo de egoísmos y avaricias. Conservar un conocimiento está bien, entregarlo es el súmmum, ahí está la clave de la bibliotecologí a: dar. Quienes piensen lo contrario, la sede del Fondo Monetario Internacional está en Washington, D.C.

Ahora bien, el no trabajar para el Fondo Monetario Internacional no es sinónimo de aceptar a perpetuidad los salarios de miseria que están pululando en nuestro medio. Una bibliotecologí a sin dignidad, por supuesto, tendrá bibliotecarios con hambre, y un bibliotecario con hambre mata o se arrodilla, es decir entrega sus principios e ideales al postor de turno. Una bibliotecologí a con cargos para desarrollar la mentalidad servil implantada por la avaricia de los sátrapas, extermina el entusiasmo, elimina la creatividad y convierte al bibliotecario latinoamericano en un androide a merced del periódico o reality de turno. En adelante no quiero saber la suerte que corran las personas a quienes se supone sirven los autómatas del hambre.

La solución es clara: agremiarse. Yo mismo fui lento para hacerlo, pero el universo, que todo lo sabe, termina por enseñarnos que las primeras especies desaparecidas de la naturaleza estuvieron solas, marginadas, sin carbono, sin lo esencial. De eso se dieron cuenta los europeos y dejaron atrás pestes, hambres, incendios, odios y guerras para convertirse en un bloque tenaz. Ahora se pavonean por ahí comiendo pan con chocolate, salchichas picantes con paella y bebiendo vino y whisky en el mismo vaso, mientras esperan la repartición de lo que queda de nuestra desunión, aquella que abominaba Bolívar.

ASEIBI, ASCOLBI y las demás asociaciones de la Región, se deben hacer férreas. No lo escribo hoy porque me hacen este reconocimiento, lo escribo hoy porque me escuchan. Nuestras asociaciones deben parecerse más a sindicatos que a salones de té (lo digo con respeto, pues pienso no sólo en la parroquia, pienso además en América Latina). Deben ser fortines para la defensa de los derechos laborales y económicos de nosotros, los bibliotecarios, y deben, por otro lado, defender los derechos sociales de los ciudadanos. Derechos relacionados con la lectura, la información y la cultura. Quienes se encarguen de estos gremios deben recibir un salario digno, que les permita vestir sus trajes de batalla y alimentarse contra todo soborno. De este asunto somos responsables todos los bibliotecólogos, sin excepción.

Es esta mi visión de los asuntos que pueden conducir a una bibliotecologí a temeraria y provocadora. Una bibliotecologí a útil en la búsqueda de un mundo mejor. Esa bibliotecologí a que no debe temerle a los medios contemporáneos de información y comunicación, y que por el contrario debe aprovecharlos para expandir sus ideales académicos y políticos. Medios que hay que ayudar a descontaminar, como la televisión y la radio, y medios que hay que ayudar a organizar como la Internet, antes de que aumente el porcentaje de odios y mentiras que intentan opacar su esencia democratizadora y de denuncia.

Ahora bien, quien quiera ser dinosaurio ese es su problema, problema nuestro será cuando su ignorancia le quite brillo a la bibliotecologí a. Problema nuestro será cuando no se respete a quienes investigan y a quienes luchamos por una bibliotecologí a que transforme los entornos de autoritarismo y miseria, problema nuestro será cuando aceptemos que la bibliotecologí a es una huevonada.

Para George Bataille, Jorge Luis Borges, Alberto Manguel, Meira Del mar, Los hermanos Grimm, Benjamin Franklin, Engels, Marcel Proust, Roberto Juarroz, Lewis Carroll, Rubén Darío, Goethe, Azorín, Berlioz, Laura Bush, Mao Tse-tung, Lao-Tse, Georges Perec y Stephen King, quizá el oficio de bibliotecario pudo haber sido una huevonada, ustedes lo juzgaran. Pues yo no estoy tan seguro.

Por mi parte, si hoy me preguntaran: ¿Bibliotecologí a, qué es esa huevonada?, sólo respondería: es algo que sirve para transformar el mundo. Recuerden que no soy huevero, ¡soy un bibliotecólogo!

¡Muchas gracias!

Medellín, abril 30 de 2008

jueves, 17 de abril de 2008

Motor de búsqueda ecológico

Gacemail informa que:

"El primer motor de búsqueda mundial ecológico ha sido lanzado a nivel global desde Sydney, Australia. ecocho.com es un buscador cuya peculiaridad es la posibilidad de reducir el efecto invernadero producido por las emisiones de CO2, ya que por cada 1.000 visitas que se realicen a esta página web, se plantarán dos árboles para la regeneración de oxígeno en el planeta.

El primer motor de búsqueda mundial ecológico ha sido lanzado a nivel global desde Sydney, Australia. ecocho.com es un buscador cuya peculiaridad es la posibilidad de reducir el efecto invernadero producido por las emisiones de CO2, ya que por cada 1.000 visitas que se realicen a esta página web, se plantarán dos árboles para la regeneración de oxígeno en el planeta."

Si entran al sitio

www.ecocho.com

tendrán la posiblidad de hacer búsquedas clásicas o de imágenes, cliqueando en su motor predilecto (Yahoo o Google).

A la derecha hay un contador de árboles a ser plantados y la cantidad de kilos de CO2.

Recorriendo el sitio se puede encontrar respuesta al por qué del nombre, un mapa con la localización de los árboles y otras explicaciones del funcionamiento del plantado de árboles.

Fuente: http://www.gacemail.com.ar/


viernes, 4 de abril de 2008

Crónica de un libro devuelto

Cien años (y seis más) de soledad

Un texto impreso en 1902 fue devuelto después de muchas décadas a una biblioteca de Finlandia. Los más entusiastas creen que estuvo perdido desde comienzos del siglo XX

Por Adolfo Bazán Coquis



Anna-Mari Rantala todavía no sale de su asombro. Ella es la jefa de la biblioteca Lumo en Korso, uno de los 61 distritos de la ciudad de Vantaa, en la gélida Finlandia, al norte de Europa. Sin embargo, su nombre ha aparecido en periódicos de todo el mundo, ha narrado la misma historia decenas de veces y ha tenido la gentileza de responder --con implícito buen humor y en correcto inglés-- los correos electrónicos que le hemos enviado desde el Perú en los que le hemos pedido que, por favor, nos cuente más detalles.

Y pensar que toda esta fama se la debe a un libro. Un libro que alguien tomó prestado hace más de un siglo y que otro alguien --difícilmente, por cuestiones de edad, podría ser el mismo-- devolvió a comienzos de marzo. Se trata de un volumen de 1902 de "Vartija", una revista de temática religiosa que todavía se edita. Cuatrocientas páginas que estuvieron en manos anónimas todo este tiempo.

"Más vale tarde que nunca", ha sido la frase más utilizada para describir esta situación por las agencias de noticias y los medios de comunicación. "También existe la posibilidad de que el libro sea tan aburrido que se necesiten 100 años para leerlo", ironiza Rentala, quien encarna con su contento otra frase de uso masivo: "Nunca es tarde si la dicha es buena".

La dicha, en todo caso, se divulgó al orbe en la página web de la biblioteca y de allí rebotó al mundo. En sus correos, Rentala precisa que Lumo tiene una especie de caja donde las personas que llegan en horarios fuera de atención pueden depositar los libros que les han sido prestados. Allí fue donde se encontró la centenaria edición.

"El libro se encuentra en buen estado. Ha estado en buenos brazos. Vamos a organizar una exhibición para que todos los habitantes de Korso puedan ver el famoso libro. Es una memoria de los viejos tiempos", añade.

Minna Saastamoinen, trabajadora de la biblioteca, es otra de las personas que ha compartido su asombro. "No sabemos exactamente cuándo fue prestado ni quién lo devolvió. No había documentos con él", ha dicho.

En el volumen había una vieja etiqueta pegada en la que se precisa que se debía pagar 10 peniques [0,01 euros] "por semana de retraso en la entrega". Calculadora en mano, eso significa que la multa por tamaña falta de memoria (o desidia) llegaría --sin inflaciones ni actualizaciones monetarias-- a 83 euros contantes y sonantes.

DUDAS RAZONABLES


A pesar de la entusiasta revuelta que se ha producido, no faltan quienes se muestran más bien cautos a la hora de manejar el calendario. Uno de ellos es el periodista Jouni Vilermo, quien escribió un reportaje sobre esta historia en el diario "Iltalehti" y que también ha hecho un seguimiento sobre la repercusión que este curioso hecho ha tenido en distintas latitudes y longitudes.

"Es presumible que el libro no haya sido prestado ni en 1902 ni el año siguiente. Sin embargo, sí es probable que haya estado fuera al menos 60 o 70 años", nos contó, también por correo electrónico. ¿Pero en qué basa Vilermo su marcado escepticismo?

Él recuerda que hacia comienzos del siglo pasado Korso solo era un remoto lugar en el gran ducado de Rusia (Finlandia no era un país independiente) , por lo que los registros de la vida cotidiana de entonces son casi inexistentes.

Es más, la biblioteca Lumo tampoco había sido creada. Esta es en realidad una filial de la biblioteca Korso, que funciona desde los años 50 y que carece de fichas de los textos prestados las décadas previas.

Según Anna-Mari Rantala, antaño eran contadas las pequeñas bibliotecas que funcionaban, las cuales prestaban sus joyas a escuelas o casas privadas; también se usaba un sistema de carruaje jalado por caballos con cajas que iba de villa en villa. Ella piensa que el texto debió salir de un hogar.

Quizá esta hipótesis se aproxime más a la realidad: el volumen de "Vartija" pudo ser impreso en 1902, pero no necesariamente se extravió ese año. Ello no es óbice, empero, para que Lumo y sus trabajadores, y Korso y sus habitantes, hayan sido materia de comentarios en múltiples lenguas. Eso solo basta para que (esta vez) la larga espera haya tenido un final feliz.

LAS CIFRAS


4900 bibliotecas tiene Finlandia, país donde viven 5,3 millones de personas.
411 veces visitó cada finlandés una biblioteca en promedio el 2006.
420 libros pidió prestado cada finlandés en promedio el 2006.